¿Es cierto que John MacArthur ha modificado su posición sobre la filiación eterna de Cristo?
Sí.
He aquí una declaración de John acerca de sus puntos de vista sobre este tema.
Cerca del final de su vida, Agustín de Hipona revisó meticulosamente todo lo que había publicado. Él escribió un catálogo completo de sus obras, una bibliografía registrada minuciosamente con cientos de revisiones y enmiendas para corregir los defectos que vio en su material anterior. El libro, titulado Retractaciones, es una poderosa evidencia de la humildad y celo por la verdad de Agustín. Ninguna de sus primeras publicaciones escapó el escrutinio del teólogo más maduro. Y Agustín fue tan audaz en la retractación de los errores que percibió en su propia obra, como lo había sido en la refutación de las herejías de sus adversarios teológicos. Dado que él revisó sus obras en orden cronológico, Retractaciones es un maravilloso libro de memorias de la incesante búsqueda de Agustín durante toda su vida por la madurez espiritual y la precisión teológica. Su franqueza al abordar sus propios defectos es un buen ejemplo de por qué Agustín es estimado como un modelo poco común tanto de la piedad como de la erudición.
A menudo he deseado tener la oportunidad de revisar y enmendar todo mi propio material publicado, pero dudo que alguna vez tenga el tiempo o la energía para llevar a cabo la tarea. En estos días de grabaciones electrónicas, mi material “publicado” incluye no sólo los libros que he escrito, sino también casi todos los sermones que he predicado —cerca de 3.000 de ellos hasta ahora. Es demasiado material para poder criticar exhaustivamente tal como me gustaría poder hacerlo.
No me gustaría hacer revisiones generalizadas. A lo largo de mi ministerio, mi perspectiva teológica se ha mantenido fundamentalmente sin cambios. La declaración doctrinal básica a la que me suscribo hoy en día es la misma que afirmé cuando fui ordenado al ministerio hace casi 40 años. No soy alguien cuyas convicciones son fácilmente maleables. Confío en que no soy una caña sacudida por el viento o la clase de persona que es ingenuamente sacudida por diversos vientos de doctrina.
Pero al mismo tiempo, no quiero resistirme al crecimiento y a la corrección, sobre todo cuando mi comprensión de la Escritura puede ser afinada. Si una comprensión más precisa en un punto importante de la doctrina exige un cambio en mi forma de pensar —incluso si esto significa modificar o corregir material ya publicado— quiero estar dispuesto a hacer los cambios necesarios.
He hecho muchas de estas revisiones en los últimos años, a menudo adoptando medidas para eliminar declaraciones erróneas o confusas de mis propios trabajos; y a veces incluso predicando de nuevo a través de porciones de la Escritura con una mejor comprensión del texto. Cada vez que he cambiado de opinión sobre cualquier asunto doctrinal significativo, he tratado de hacer mi cambio de opinión y las razones para ello, lo más claros posibles.
Con ese fin, quiero declarar públicamente que he abandonado la doctrina de “la filiación en la encarnación”. Un estudio cuidadoso y reflexivo me ha llevado a comprender que la Escritura presenta la relación entre Dios Padre y Cristo el Hijo como una relación eterna de Padre-Hijo. Ya no considero la filiación de Cristo como un papel que asumió en Su encarnación.
Mi posición anterior surgió de mi estudio de Hebreos 1:5, que parece hablar de que el Padre engendra al Hijo como un evento que tiene lugar en un momento en el tiempo: “Yo te he engendrado hoy, Yo seré a Él Padre, Y Él me será a Mí hijo” (énfasis añadido).
Este versículo presenta algunos conceptos muy difíciles. “Engendrar” normalmente habla del origen de una persona. Por otra parte, los hijos están generalmente subordinados a sus padres. Por lo tanto, resultaba difícil ver cómo una relación eterna Padre-Hijo podría ser compatible con la perfecta igualdad y eternidad entre las Personas de la Trinidad. “Filiación”, llegué a la conclusión, nos habla del lugar de sumisión voluntaria a la que Cristo condescendió en Su Encarnación (cp. Fil 2:5-8; Juan 5:19).
Mi objetivo era defender, de ninguna manera socavar, la deidad y eternidad absoluta de Cristo. Y desde el principio me esforcé para dejar eso lo más claro posible.
No obstante, cuando publiqué por primera vez mis puntos de vista sobre el tema (en mi comentario sobre Hebreos de 1983), unos pocos críticos me acusaron de atacar la deidad de Cristo o cuestionar Su eternidad. En 1989, respondí a esos cargos en una sesión plenaria de la convención anual de las Iglesias Independientes Fundamentales de Estados Unidos (la denominación que me ordenó). Poco después de ese período de sesiones, expliqué mi punto de vista aún más, escribí un artículo titulado “La condición de Hijo de Cristo” (publicado en 1991 en forma de folleto).
En ambos casos, he vuelto a hacer hincapié en mi compromiso incondicional e inequívoco a la verdad bíblica de que Jesús es Dios eternamente. El punto de vista de “la filiación en la encarnación”, si bien es ciertamente una opinión minoritaria, no clasifica en absoluto como una herejía. El corazón de mi defensa de ese punto de vista consistía en declaraciones que afirmaban, con la mayor claridad posible, mi compromiso absoluto con los esenciales evangélicos de la divinidad y eternidad de Cristo.
Sin embargo, la controversia continuó girando en torno a mis puntos de vista sobre “la filiación en la encarnación”, llevándome a reexaminar y repensar los textos bíblicos pertinentes. A través de ese estudio, he adquirido una nueva apreciación de la importancia y la complejidad de este tema. Más importante aún, mis puntos de vista sobre el asunto han cambiado. Aquí están las dos principales razones de mi cambio de opinión:
1. Ahora estoy convencido que el título “Hijo de Dios”, cuando se aplica a Cristo en las Escrituras, siempre habla de Su deidad y absoluta igualdad esencial con Dios, no de Su subordinación voluntaria. Los líderes judíos del tiempo de Jesús lo entendieron perfectamente. Juan 5:18 dice que ellos pidieron la pena de muerte contra Jesús, acusándolo de blasfemia “porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”.
En esa cultura, el hijo adulto de un dignatario era considerado igual en nivel y privilegio que su padre. El mismo respeto que demandaba un rey se le otorgaba a su hijo adulto. El hijo era, después de todo, de la misma esencia que su padre, heredero de todos los derechos y privilegios del padre —y, por lo tanto, igual en todos los aspectos significativos. Así que cuando Jesús fue llamado “Hijo de Dios”, todos lo entendieron categóricamente como un título de deidad, haciéndolo igual a Dios y (aún más importante) de la misma esencia del Padre. Es precisamente por eso que los líderes judíos consideraban el título “Hijo de Dios” como una gran blasfemia.
Si la filiación de Jesús significa Su deidad y absoluta igualdad con el Padre, no puede ser un título que se refiere sólo a Su encarnación. De hecho, la esencia principal de lo que se entiende por “filiación” (y, ciertamente, esto incluiría la esencia divina de Jesús) debe referirse a los atributos eternos de Cristo, no solamente a la humanidad que Él asumió.
2. Ahora es mi convicción que el engendramiento del que se habla en el Salmo 2 y Hebreos 1, no es un evento que tiene lugar en el tiempo. A pesar de que a primera vista la Escritura parece emplear la terminología con tintes temporales (“Yo te he engendrado hoy”), el contexto del Salmo 2:7 parece ser claramente una referencia al decreto eterno de Dios. Es razonable concluir que el engendramiento del que se habla es algo que pertenece a la eternidad en lugar de un momento en el tiempo. Por consiguiente, el lenguaje temporal debería ser entendido como figurativo, no literal.
La mayoría de los teólogos reconocen esto; y cuando se trata de la filiación de Cristo, emplean el término “generación eterna”. No soy aficionado a la expresión. En palabras de Spurgeon, es “un término que no nos transmite un gran significado; simplemente encubre nuestra ignorancia”. Sin embargo, ahora estoy convencido de que el concepto en sí es bíblico. La Escritura se refiere a Cristo como “el unigénito del Padre” (Juan 1:14; cp. v. 18, 3:16, 18; Heb 11:17). La palabra griega que se traduce “unigénito” es monogenes. La idea central de su significado tiene que ver con la absoluta singularidad de Cristo. Literalmente, puede ser traducida como “único en su clase” —y, sin embargo, también significa claramente que Él es de la misma esencia del Padre. Esto, creo, es el corazón de lo que se entiende por la expresión “unigénito”.
Decir que Cristo es “engendrado” es en sí mismo un concepto difícil. En el ámbito de la creación, el término “engendrado” habla del origen de la descendencia. Engendrar a un hijo denota su concepción —el punto en el que comienza a existir. Por eso, algunos asumen que “unigénito” se refiere a la concepción del Jesús humano en el vientre de la virgen María. Sin embargo, Mateo 1:20 atribuye la concepción de Cristo encarnado al Espíritu Santo, no a Dios el Padre. El engendrar al que se refiere el Salmo 2 y Juan 1:14 claramente parece ser algo más que la concepción de la humanidad de Cristo en el vientre de María.
Y, de hecho, hay otro significado más vital a la idea de “engendrar” que simplemente el origen de la descendencia. En el designio de Dios, cada criatura engendra descendencia “según su especie” (Génesis 1:11-12; 21-25). Los descendientes llevan la semejanza exacta de los padres. El hecho de que un hijo es engendrado por el padre garantiza que el hijo comparte la misma esencia que el padre.
Creo que éste es el sentido que la Escritura pretende transmitir cuando habla de que el Padre engendró a Cristo. Cristo no es un ser creado (Juan 1:1-3). Él no tuvo principio, sino que es tan eterno como Dios mismo. Por lo tanto, el “engendramiento” que se menciona en el Salmo 2 y sus referencias cruzadas no tiene nada que ver con Su origen.
Pero tiene todo que ver con el hecho de que Él es de la misma esencia del Padre. Las expresiones como “generación eterna”, “Hijo unigénito” y otras relativas a la filiación de Cristo, deben ser entendidas en este sentido: la Escritura las emplea para subrayar la unicidad absoluta de la esencia entre el Padre y el Hijo. En otras palabras, este tipo de expresiones no tienen la intención de evocar la idea de la procreación, sino que tienen el propósito de transmitir la verdad acerca de la unicidad esencial compartida por los Miembros de la Trinidad.
Mi punto de vista anterior era que la Escritura empleaba la terminología Padre-Hijo de forma antropomórfica —acomodando verdades celestiales insondables a nuestras mentes finitas, transmitiéndolas en términos humanos. Ahora me inclino a pensar que es todo lo contrario: las relaciones humanas padre-hijo no son más que imágenes terrenales de una realidad celestial infinitamente mayor. La única relación verdadera y arquetípica de Padre-Hijo existe eternamente en la Trinidad. Todas las demás son meras réplicas terrenales e imperfectas porque están ligadas a nuestra finitud, pero que ilustran una realidad vital eterna.
Si la filiación de Cristo es acerca de Su deidad, alguien se preguntará por qué esto se aplica al Segundo Miembro de la Trinidad únicamente y no al Tercero. Después de todo, no nos referimos al Espíritu Santo como el Hijo de Dios, ¿verdad? Sin embargo, ¿no es Él también de la misma esencia del Padre?
Por supuesto que lo es. La esencia completa, indisoluble, indivisible de Dios pertenece por igual al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Dios es una esencia, sin embargo, Él existe en tres Personas. Las tres Personas son co-iguales, pero siguen siendo Personas distintas. Y las características principales que distinguen a las Personas se resumen en las propiedades sugeridas por los nombres Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los teólogos han etiquetado a estas propiedades como paternidad, filiación y espiración. En las Escrituras, es claro que tales distinciones son vitales para nuestra comprensión de la Trinidad. Cómo explicarlas plenamente sigue siendo un misterio.
De hecho, muchos aspectos de estas verdades pueden permanecer para siempre inescrutables, pero esta comprensión básica de las relaciones eternas dentro de la Trinidad representa, con todo, el mejor consenso de la comprensión cristiana durante muchos siglos de historia de la Iglesia. Por lo tanto, yo afirmo la doctrina de la filiación eterna de Cristo, aunque reconozco que es un misterio en el que no deberíamos esperar curiosear con demasiada profundidad.
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